miércoles, 18 de septiembre de 2013

Malestar general permanente

Llevo un par de días en los que punzadas de conciencia y racionales me azotan en cuanto me descuido. Se puede decir que he vuelto a experimentar con la estupidez humana o, más bien, la propia, derivada de otro descuido por mi parte; que no será por tropezarse siempre con la misma piedra, esta vez en forma de barrera para los coches, de esas que bajan si saltas encima. Bajan ellas o bajas tú. En este contexto pudo ser más que probable, incluso me atrevería a afirmar que fue cierto, el hecho de un viernes entero encostrada en la cama. Otros de esos torpes despertares a golpe de vaso de agua, si no fueran suficientes los golpes recibidos durante la noche. No tergiversaré y seré honesta, solo hubo uno en forma literal. De ese uno, que aburre por repetitivo, no hay mucho de qué hablar pues es conocido por muchos. A lo que iba. Algunos que saben de mis aficiones sabrán que no me requiere mucho esfuerzo pasarme un día entero en la cama si la situación o el malestar general lo requiere, pero hay otras causas, a las punzadas me refiero, que hicieron de mí una oruga tan gustosamente envuelta en sábanas que bien me podía haber convertido en una linda mariposa. Me quedé igual, dada mi distancia fisiológica y metafórica con el insecto, para quien le interese. La razón de tal recogimiento no fue más que el resultado del sentimiento de derrota. De una derrota tras otra. La próxima vez que tenga miedo a no levantarme voy a recoger mi orgullo del suelo y echaré a andar,... más o menos. Tanta vuelta y tanta hostia para darse cuenta de que en la vida uno siempre va a estar solo ante uno mismo.

Con estos y otros surtidos rondando por mi cabeza a día de hoy, no muy sanos y bastante lejos de ser alegres, me dispuse a dar un paseo para desengranar la maquinaria física y psicológica. Anduve hasta un sitio que ya recoge muchos pensamientos míos, incluyendo conclusiones filosóficas y antropológicas. Un lugar que ha de verme a horas muy indecentes. La catedral de Burgos, más vista de noche por mi persona, siempre tan solitaria a esas horas y con una bolsa de plástico cruzando usualmente su plaza de Norte a Sur, parece conmoverme de una forma especial.

Después de haber estado sentada viendo como múltiples guiris preguntaban por diferentes restaurantes y lugares para pernoctar, decidí retornar mi paseo sincopado. Por fortuna retomé la vuelta a casa pasando por debajo del Arco de Santa María, muy bonico también, y me la encontré abierta al publico. Como muchos otros edificios de esta orden, se utiliza para albergar exposiciones, a parte de su propia historia. Como cabe esperar, ni caso que le hice a esos cuadros de Fulanito. Esas pinturas de las que podemos afirmar con toda seguridad que “mi primo pequeño con sus pinturas de dedo hace algo bastante similar”. Sí, soy de esa gente que no comprende el arte moderno ni quiero. Para mi regocijo y el de bastantes más personas hay una pequeña sala dedicada a objetos más interesantes, entre ellos un trozo de hueso del Cid, lo que para mi gusto me pareció un tanto macabro a la vez que llamativo. El techo, cuidadosamente decorado, compite duramente con los cuadros citados anteriormente. Seguro que Fulano lo decoraría mejor, y en cinco minutos.

Más relajada, más rápido y con música más animada completé mi caminata, pasando por el Mercadona. Compré aceite, que escaseaba. Fin.


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