domingo, 23 de marzo de 2014

Playmobil: Nostalgia y feminismo

Esta tarde les he vuelto a joder la siesta a mis padres con un sonido desagradable. Piezas y figuras de plástico revolviéndose bajo mi mano dentro de una caja de cartón desgarrada por las esquinas. Se trata del mismo sonido que ha impregnado cientos de tardes de mi niñez los días que tocaba montar el fuerte de playmobil o la granja. Y no hablemos de los días en que se antojaba una performance de lego.

Un playmobil maño y un pino de fondo
Una tristeza dulce me invadió al preguntarme cuál fue el último día en que jugué con los playmobil. En qué día, a qué años, comenzaron a coger polvo. Las cajas de los rifles seguían cerradas con las armas perfectamente colocadas dentro. Los yanquis y los confederados estaban juntos, pero no revueltos, en la misma caja. Los dos fuertes hacían bulto junto a trozos de un castillo medieval y mobiliario de una scuderia de motos. Y todo crujía mientras transcurría mi búsqueda.

Pero claro, ¿Qué hago yo cerca de 9 años después (tampoco son tantos, la ficción me duró bastante y soy joven) buscando entre mis juguetes? Pues buscando material para algo que no sé muy bien cómo se nos ocurrió. No entraré en detalles. Lo que importa es el objeto de búsqueda. Una mujer. Una mujer de playmobil. 

Menuda fiesta del nabo, en el caso de que los playmobil gastasen de eso.
Ahora parece muy fácil, pero pocos de estos pasan de la década de los 90.
Porque todos sabemos que en los 90 no existían las mujeres.

Me empecé a indignar de forma considerable cuando, después ya de largo rato, me encuentro a un playmobil negro. Habría sido curioso que se tratase de un confederado, pero la historia parece que la llevan bien. Estaba vestido con uniforme azul y pañuelo amarillo al cuello. Que no me confundan, que no soy racista. Pero estas cosas suelen ir de la mano. Y nada, sigo sin encontrar mujeres.
Con dos de estos la gozábamos
Se me saltó una lágrima de orgullo al encontrarme el cuerpo de un piloto varón de moto, con su mono y todo, con pelo de mujer (ya saben que se les puede quitar y poner el pelo, que sino se quedan como un tazón de cereales o un recipiente para el ponche o esas mierdas que hacen los americanos) en un vano intento de que una fémina pudiese pilotar un vehículo profesionalmente. Aunque sin tetas.
Para más inri me doy cuenta de que ni siquiera es pelo de mujer, sino de que se trata de un pelo de indio. 
Nueve años después me entero de que mi piloto mujer simplemente era un travelo.

Y claro, todo esto pasa porque las mujeres no somos soldados, pilotos, piratas mecánicos, granjeros (no, granjeros sí, lo de cuidar vacas y limpiar mierda nos va), marineros, deportistas, policías, médicos, (enfermeras quizás) cuidadores del zoo, gente, etc.

También me percato de que la cabeza estaba mordida, como las de la mayoría. Recuerdo lo difícil que era descabellar a esta gente y recapacito objetivamente sobre el uso de los dientes para tal acción. Me parece lógico, asiento, y sigo con mi búsqueda.

jajaja, puta mierda
Por fin las señoras atienden a mi desesperada llamada y empiezan a resurgir entre los escombros. No hacen más que salirme una especie de féminas (dos, a lo sumo) con una camiseta horrible subida para arriba. No sé qué concepto de la moda y de las mujeres tenía esta gente.
Nada, no me sirve. Encuentro a un trío de señoras con vestido largo. Bueno, esto está mejor. Pero tampoco me iba el asunto, además dos eran indias y me parecía demasiado étnico para mi objetivo.

En una ráfaga me acuerdo. En muchas de nuestras batallas contra los del sur (confederados) o contra los Apaches (los indios malos) recuerdo a una vaquera que gozaba de un fuerte protagonismo en el juego. ¡Y era una tía normal! ¿Acaso es mucho pedir una maldita figura de playmobil con tetas?
Mi vaquera contaba con el mejor caballo, uno precioso, blanco, con una manta azul pintada (de fábrica) en el lomo, y con las bridas y la montura negras. Las únicas que había de ese color tan elegante. ¡Sí, era mi vaquera enchufada entre tanta salchicha implícita!
Me puse a buscarla más por orgullo que por practicidad en lo que se refiere a mi proyecto. Ahí estaba. Con su sonrisa en forma de media luna. La misma cara de gilipollas que tienen todos, básicamente.

La verdad, ahora no recuerdo si en su origen fue una vaquera o una niñera, pero sí recuerdo que le planté el mejor sombrero, el mejor cinturón y el mejor revólver de toda la colección de playmobil.


¡We play too!

Ahora es cuando todos nos reímos imaginándonos a un playmobil intentando beber algo :).

sábado, 22 de marzo de 2014

Otro viaje

Ya empezaba a encapotarse el cielo cuando esperaba paciente a que llegara el bus con destino a Burgos. El día anterior había ido en manga corta hasta la estación para volver a Logroño, hoy, tras unas gestiones, me tocaba volver a Burgos y todo parecía prepararse para ello. El mercurio ya bajaba de los 10º y aún no había empezado a anochecer.

Por puro aburrimiento me puse a leer el billete. Papel cutre parecido a un ticket de compra del super. Una posición superior a la de la hora y a la del número de asiento a la que no iba a hacer caso estaba indicado el tipo de trayecto. Trayecto autopista. Me hizo gracia, ya que este tipo de billete significa que va a parar por todos los malditos pueblos de la carretera nacional hasta Burgos.
Hay otro tipo de trayecto que es el “trayecto carretera”. No me imagino por qué tipo de vías transcurre ese autobús porque ya lo he probado. Va por una calzada cuyos márgenes van disminuyendo según se recorren los kilómetros. Finalmente desemboca al lado de un Club para reincorporarse al trayecto “autopista”. Con esa descripción esa desembocadura podría localizarse en cualquier punto del trayecto, pero es indiferente dónde se desarrolle ese punto si de todas formas el autobús va a tardar dos horas en llegar. Vacío, lleno, llueva o nieve.

Una vez dentro del bus no queda otra que salirse del mismo. Mentalmente. Si te quedas dentro corres el riesgo de quedar hipnotizado con el tembleque de un moco pegado en el respaldo delantero o volverte loco buscando donde empieza la trama decorativa de los asientos. Y de nada sirve llevar un libro si a mitad de viaje (o antes) se montan un par, grupo o manada de mongolos que no callan durante la duración del mismo. Que ojalá un día pegue un frenazo el borreguero y se les quede pegado el maldito moco en la frente.

Y un minuto, media hora, y otra. Y tus rodillas pegando con el asiento de enfrente.
Coge velocidad, se para.
Empieza a subir la altitud y veo como unos copazos se iluminan bajo las farolas. Y yo con una chaquetilla.

Llegando a la capital burgalesa el cielo está despejado. Las estrellas se ven claras. Si supiera identificar las constelaciones y todos esos elementos tan inmensos habría pasado un rato entretenido. Aunque, de todos modos, mirarlas se antoja relajante. Pero esto duró poco. Las estrellas se fueron difuminando según la contaminación lumínica hacía su efecto.
Ya habíamos llegado.

Y como siempre, día, noche, llueva o nieve, fui andando hasta casa.