Día IX de julio del año MMXIV de
nuestro señor.
Han pasado 13 días y seguimos
atascados en un eterno Abril. Los charcos de las aceras se secan por unos leves
minutos de sol pero la humedad sigue impregnando el ambiente añadiendo pesadez
a una situación ya soporífera. Hoy he decidido depilarme en un esperanzado
intento de que mañana llegue el verano a Logroño.
Las cuatro paredes de mi casa me
protegen del frío y me hacen compañía en el transcurso del día mientras se va
apaciguando el dolor de mi garganta. Espero mejorar y poder salir a hacer
deporte para que mis músculos no se ablanden como lo hace la tierra bajo la
lluvia. Ni siquiera las plantas de la casa pueden hacer la fotosíntesis sin que
una nube negra se pose entre los rayos del sol y sus débiles hojas.
Ayer la máxima distracción se
basó en ver como el cielo se iba nublando poco a poco, lentamente, pero sin
pausa, hasta adquirir ese color plomizo que caracteriza una tormenta de verano.
Pero esta vez no es verano, no. Esta vez no. Hoy no.
Mi gata hace días que no puede
levantar el rabo por miedo a que le pille un rayo. Es duro ver lo que antes
era un gato feliz escondido debajo de una mesa todos los días. Triste,
mohíno.
He olvidado el sabor del
gazpacho, de la ensalada, de los batidos, de los helados. Ya no recuerdo el
sabor del calor. Mi abanico coge polvo desde que lo traje de Burgos, donde no
paraba de aletear como un alegre pajarillo.
Se acabó el recreo |
Parece que entre las nubes sale
el sol, o es la mano divina, que viene a llevarme a un lugar mejor.
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