Esta tarde les he vuelto a joder la siesta a mis padres
con un sonido desagradable. Piezas y figuras de plástico revolviéndose bajo mi
mano dentro de una caja de cartón desgarrada por las esquinas. Se trata del
mismo sonido que ha impregnado cientos de tardes de mi niñez los días que
tocaba montar el fuerte de playmobil o la granja. Y no hablemos de los días en
que se antojaba una performance de lego.
Un playmobil maño y un pino de fondo |
Una tristeza dulce me invadió al
preguntarme cuál fue el último día en que jugué con los playmobil. En qué día,
a qué años, comenzaron a coger polvo. Las cajas de los rifles seguían cerradas
con las armas perfectamente colocadas dentro. Los yanquis y los confederados
estaban juntos, pero no revueltos, en la misma caja. Los dos fuertes hacían
bulto junto a trozos de un castillo medieval y mobiliario de una scuderia de
motos. Y todo crujía mientras transcurría mi búsqueda.
Pero claro, ¿Qué hago yo cerca de 9 años
después (tampoco son tantos, la ficción me duró bastante y soy joven) buscando entre mis
juguetes? Pues buscando material para algo que no sé muy bien cómo se nos
ocurrió. No entraré en detalles. Lo que importa es el objeto de búsqueda. Una
mujer. Una mujer de playmobil.
Menuda fiesta del nabo, en el
caso de que los playmobil gastasen de eso.
Ahora parece muy fácil, pero pocos de estos pasan de la década de los 90.
Porque todos sabemos que en los
90 no existían las mujeres.
Me empecé a indignar de forma
considerable cuando, después ya de largo rato, me encuentro a un playmobil
negro. Habría sido curioso que se tratase de un confederado, pero la historia parece que la llevan bien. Estaba vestido con uniforme azul y pañuelo amarillo al cuello.
Que no me confundan, que no soy racista. Pero estas cosas suelen ir de la mano.
Y nada, sigo sin encontrar mujeres.
Con dos de estos la gozábamos |
Se me saltó una lágrima de
orgullo al encontrarme el cuerpo de un piloto varón de moto, con su mono y
todo, con pelo de mujer (ya saben que se les puede quitar y poner el pelo, que
sino se quedan como un tazón de cereales o un recipiente para el ponche o esas
mierdas que hacen los americanos) en un vano intento de que una fémina pudiese
pilotar un vehículo profesionalmente. Aunque sin tetas.
Para más inri me doy cuenta de que ni
siquiera es pelo de mujer, sino de que se trata de un pelo de indio.
Nueve
años después me entero de que mi piloto mujer simplemente era un travelo.
Y claro, todo esto pasa porque
las mujeres no somos soldados, pilotos, piratas mecánicos, granjeros (no,
granjeros sí, lo de cuidar vacas y limpiar mierda nos va), marineros,
deportistas, policías, médicos, (enfermeras quizás) cuidadores del zoo, gente, etc.
También me percato de que la
cabeza estaba mordida, como las de la mayoría. Recuerdo lo difícil que era
descabellar a esta gente y recapacito objetivamente sobre el uso de los dientes
para tal acción. Me parece lógico, asiento, y sigo con mi búsqueda.
jajaja, puta mierda |
Por fin las señoras atienden a mi
desesperada llamada y empiezan a resurgir entre los escombros. No hacen más que
salirme una especie de féminas (dos, a lo sumo) con una camiseta horrible
subida para arriba. No sé qué concepto de la moda y de las mujeres tenía esta
gente.
Nada, no me sirve. Encuentro a un
trío de señoras con vestido largo. Bueno, esto está mejor. Pero tampoco me iba
el asunto, además dos eran indias y me parecía demasiado étnico para mi
objetivo.
En una ráfaga me acuerdo. En
muchas de nuestras batallas contra los del sur (confederados) o contra los Apaches (los indios malos) recuerdo a una vaquera que
gozaba de un fuerte protagonismo en el juego. ¡Y era una tía normal! ¿Acaso es
mucho pedir una maldita figura de playmobil con tetas?
Mi vaquera contaba con el mejor
caballo, uno precioso, blanco, con una manta azul pintada (de fábrica) en el
lomo, y con las bridas y la montura negras. Las únicas que había de ese color
tan elegante. ¡Sí, era mi vaquera enchufada entre tanta salchicha implícita!
Me puse a buscarla más por
orgullo que por practicidad en lo que se refiere a mi proyecto. Ahí estaba. Con
su sonrisa en forma de media luna. La misma cara de gilipollas que tienen todos, básicamente.
La verdad, ahora no recuerdo si
en su origen fue una vaquera o una niñera, pero sí recuerdo que le planté el
mejor sombrero, el mejor cinturón y el mejor revólver de toda la colección de
playmobil.
¡We play too!
Ahora es cuando todos nos reímos imaginándonos a un playmobil intentando beber algo :).
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