miércoles, 13 de febrero de 2013

¡Matasanos!


9.30 p.m. Me dirigía a casa después de un fatídico día universitario. ¡Cómo matan las horas muertas en cafetería! El trayecto largo, duro y solitario. Malditas muletas. ¡Qué pesar!

Iba yo por el parral de Burgos saltando hoyos con el 4x4 muletas-patas activado, igualita que Carlos Sainz. Estos días me coinciden en una época de transición algo peculiar, pues me traslado con dos, una o ninguna muleta según se den las circunstancias o el desasosiego por llegar a casa. A esto que transitando por la pradera burgalesa, como iba diciendo, me dio por ir a dos patas naturales. Entre el armatoste de la rodilla y las muletas elevadas a modo metralletas para no estorbar, parecía yo un terminator. Eso sí, en las últimas escenas dada mi evidente cojera y el mal puesto a punto.

Sentía cierto ardor más allá de mi mal llamado "sobaco de la rodilla", nombre ciertamente soez, lo cual lo localicé como dolor de ligamento cruzado anterior. Deduje pues, con gran regocijo, que el menisco se encontraba poco hecho o casi al punto. Y que, de no ser por el ligamento,  se me permitiría desplazarme en breves como bípedo tradicional. Cágose pues la coja en su cirujano, más harta de ir en muletas casi que del gobierno (Aunque poco lleva la primera molestando y, la segunda, siglos ha). La situación fue la siguiente. Al haber transcurrido un año y medio de mi lesión dudaba de la necesidad de intervenir el ligamento, y así se lo hice saber a mi doctor en cuestión. Una vez terminada la cirugía se me informó de que el ligamento denotaba una antigua rotura, ya curada, y que ahora se encontraba a un 80% de su capacidad. ¿No será, querido, que lo estoy curando yo sola? "Ya que abrimos, operamos". Ya que entramos, ya que entramos... ya que has venido a la habitación tráeme una cerveza, ya que estás...

Aquí estoy con una rodillera de doscientos y pico euros, a reembolsar (al menos parte), y un par de semanitas más de recuperación por los ligamentos de los cojones. Pero no tenía la indignación por sentimiento en mi camino a casa, pues alegrada estaba por mi menisco. Sendas muletas en mano, solo me faltaba silbar, hasta que me topé con la típica baldosa cabrona que sobresale un fatídico milímetro que me hizo tropezar. No fue tronchante para miradas ajenas, pues no caí, pero una flexión desagraciada de rodilla me hizo sentir y temer por mi ligamento cruzado al que llamaré Godofredo. Presto hice uso de ambos apoyos, más vale prevenir que ir al médico.
Voy a tener que empezar a hacer una etiqueta llamada "muletas", estoy a riesgo de la monotonía temática.

Un consejo. Uno es capaz de todo ¡Incluso de curarse sus propios ligamentos!

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