Ahora que estamos entrando en el
ecuador de la época de exámenes empiezo a notar que mi cerebro está más atorado
que mi mesa llena de latas de energética. Sé que todo esto pasará de manera más
o menos gratificante o triunfal pero, entre tanto, mi culo está deseando
despegarse de la silla de una vez. Joder, el word 2000 me subraya culo como
falta ortográfica, si supiera a lo que ha llegado la RAE... Sigamos. De esta
forma, pensando en todo menos en los papeles que tengo sobre la mesa, me doy
cuenta de algo que no echo de menos. Los bares. Que no salir, los bares.
Me acuerdo de un día en un bar
discotequero de Logroño, de esos que no hay apenas, en una noche que tiraba más
a la raspada que al regocijo, que se me ocurrió ir al baño. Con el abrigo
haciéndome del sobaco del codo una sauna, debido al uso de mi brazo como
perchero, me dispuse a buscar la entrada a los lavabos. En una odisea que me
costo sangre, sudor, mucho sudor, y alguna que otra lagrimilla de esas de sueño
que entran con el calorcito humano del bar, llegué hasta el baño. Era el de
tíos. Era un garito de estos modernos que les sale de las pelotas poner los
baños separados por si la mancebía se hace fuerte. En este contexto me dirigí
hacia donde cristo perdió el alparce de salir de marcheta, al lado contrario
del tugurio. Tras pasar a unos cuentos hipsters barbudos nivel rabino y tras
olerme los sobacos de medio Logroño, unos cuantos pedos y alientacos, por fin
llegué. Después de eso me fui. Eché de menos esa época en que era legal fumar
dentro para poder disimular tal putrefacción. Cuento las veces que me he salido
de un bar al denotar el cuarto tipo de olor de pedo distinto. Un día de estos
me cojo un pasmo o empiezo a fumar.
Podréis estar o no de acuerdo con
esta vista optimista de cualquier garito hacia las 4 a.m. pero no por ello he
tenido que exagerar o inventar. Lo que pasa es que para sobrevivir a tal
mogollón de cuerpos a media cocción hay que llevar un nivel etílico, no
considerable, pero si básico, mínimo, ¡algo! Lo suficiente como para perder la
vergüenza y echarse unos bailes. También está el rollo de que te dé igual como
bailan los demás, si bailan. La naturaleza española creo que impide este
aspecto, por lo menos en los varones. Pero casi se prefiere que se abstengan de
mover algo más que un pie y el cuello a que bailen salsa. Siento informar de
que no soy la única que cree que un tío bailando salsa parece gay. Además hay
gente que incluso se pone nerviosa. Una buena amiga mía definió este aspecto
con una precisión bastante loable cuando la oí gritar en medio del bar: “¡Odio
la salsa, me pone nerviosa porque es un paso así, así como que no avanzas!”. O
al menos algo así oí y me reí bastante.
Respecto al alcohol, sabes que te
has pasado cuando lo petas con la macarena. O no... A veces me asusta el efecto
motivante que tiene esa canción como para hacernos a todos bailar como
gilipollas al unísono.
De todas formas, para qué vamos a engañar. Nos vemos allí.
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