La temperatura cerca de media noche era
genial para salir. Soplaba una brisa fresca que hacían de los 27
grados de temperatura algo aceptable. Aunque quizás la humedad
derivada de la reciente tormenta hacía del calor algo pesado para
esas horas. Unas últimas gotas capaz de empapar al incauto seguían
cayendo, pero eso da igual cuando 10 minutos antes te encontrabas
corriendo bajo la tromba de agua por las tortuosas calles del casco.
Esas que recorriste riendo con tus amigos haciendo caso omiso del
conductor de una camioneta que preguntaba achispado si estabas
haciendo un concurso de camisetas mojadas.
Lloviznaba por la Gran Vía mientras
una voz artificial femenina proveniente de la parada del tranvía
informaba cada minuto: “el servicio no se encuentra disponible,
disculpen las molestias”. Ambiente digno de la película de Blade
Runner. Los estilizados vagones que recorren de arriba a abajo la
urbe le dan un aire muy futurista a la ciudad, pero la vuelven a
hacer vieja cuando los cables de la vía cuelgan en la oscuridad de
la calle, junto a las aceras grises y los edificios de ladrillo. Esos
que antaño vieron pasar al viejo tranvía, que lo vieron desaparecer
y que, nuevamente, contemplan la nueva moda de modernidad urbana que,
como otras, van y vuelven.
A fuerza de seguir a pie ante la
ausencia de transporte paso al lado de un monumento dedicado al que
en su día debió de ser un señor de carácter impasible cuya esposa
montaba tanto o más que él. Juntos decoraron la Aljaferia,
llenándola de escudos, yugos y flechas pese a no ser falangistas.
Más tarde otro Rey me obliga a hacer
una pausa en mi camino. Lejos, al final del paseo del parque grande,
se alza inmaculado e iluminado Alfonso I el Batallador, custodiado en
su base por un león. Este Rey no es uno de tantos, no es otro que el
conquistador de Zaragoza tras 400 años de ocupación musulmana.
Cuando lo viejo y lo nuevo se juntan pueden ocurrir desastres
arquitectónicos como el de la Avenida Independencia, por ello me
gusta pensar que Don Alfonso va a estar siempre rodeado nada más que
de fuentes de colores, setos y su león.
Al llegar a casa después de tanto
monumento, me di cuenta de que faltaba mi favorito. Ni por belleza ni
importancia. Me faltaba ver a la señora Agustina, en pie con su
cañón, gritándole a los gabachos “hoy no” para toda la
eternidad en la plaza del Portillo o en el monumento a los Sitios de
Zaragoza.
Esperemos que ningún autobús atente
contra el patrimonio histórico y conmemorativo de la ciudad...
Alfonso y su león... |
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